viernes, 29 de enero de 2016

El podio


Todo durante las vacaciones iba perfecto hasta que decidí empezar el año con una mudanza. Una mudanza después de un viaje que me dejó risueña y sin ganas de volver. Una mudanza previo a rendir los tan martirizantes exámenes de la facultad.

"Bueno, tampoco es tan malo", pensé. Un cambio de aire, de lugar, de energía no viene mal. Renuevo un poco el entorno, remodelo el espacio, en fin... arranco con todo. Después de haber terminado la tercer caja de libros, apuntes y ese cúmulo de cosas que a veces me pregunto cuándo volveré a usar, me doy a la tarea de ir directamente al ropero. Cada vez que lo abro tengo miedo de que cual tsunami me invada un cataclismo de niveles inesperados hasta embestirme por completo. De verdad no miento: todo está fríamente calculado para evitar sacar una remera y que caigan diez más atrás de esa (aunque, es claro, a veces no lo puedo evitar). Perchas, mochilas, bolsos, cuadernos, hasta libros escondidos en ese recoveco. 

No creo pecar de codicia. Mi problema no es el de la compradora compulsiva o tantos otros estereotipos: a mi me pasa que no crezco. Debo tener desde hace más de 10 años la misma altura, el mismo talle de zapatillas, de remeras y de pantalones. Mi peso se mantuvo oscilando entre tres kilos de diferencia pero jamás varió demasiado. Es evidente que la gente jamás me da los 23 años que conservo hasta el próximo 6 de marzo. Mi hermana, con cinco años menos que yo, parece mi melliza, o incluso más grande. 

Guardo tres recuerdos de tres prendas distintas que conformarían lo que voy a llamar "el podio que justifica mi ropero". El tercer puesto se lo lleva el sweater azul que usé desde primer grado en la escuela a la cual concurría en Mar del Plata. Juro que ese socotroco tenía vida propia. Era casi como el famoso sweater del que habla Julio Cortázar en uno de sus cuentos. Mis estrechos brazos se perdían en ese pasadizo infinito. Jamás encontraba el hueco para la cabeza y el hecho de verlo colgado en la percha junto al resto del uniforme me hacía odiarlo cada vez más. Se descosió docenas de veces: mi madre lo hilvanaba una y otra vez. Lo peor es que me duró, como tantas otras cosas mías, hasta que tuve unos doce o trece años. Que en paz descanse.

[Nota: En este mismo lugar colocaría el jumper horrendo que utilicé por unos años en el secundario, el cual me quedaba tan largo que casi podría haber pasado por una de las hermanas de la congregación. También le atribuyo esa humillación a mi madre que me lo compró dos talles más grande. Aunque pensándolo bien, no la culpo, la pobre guardaba esperanzas de que yo creciera en algún momento.]

El segundo lugar claramente se lo lleva mi campera marca "Lacar". "La Lacar" también era oriunda de Mar del Plata. Me la compraron mis viejos una tarde-noche de invierno previo a mi comunión (véase aquí cuántos años tenía yo: 10). Resulta que la campera, además de ser de un color mostaza pastel (¿existe ese color?), tenía una capucha despampanante con peluche del mismo tono. Era suavecita y súper abrigada: no bastaba con un cierre, tenía dos. Como para no perder la costumbre, la Lacar me quedaba enorme. Era de buena calidad y, por ende, 'saladita' para aquellos tiempos modestos. Entonces, Antonella andaba con una campera que le quedaba un poquito grandecita (para no decir gigante) y su pequeña cabeza de mocosa se perdía entre los pliegos de la capucha peluda. Vale aclarar que hasta hace poco la usaba. O sea, cuando digo que no crecí, créanme que no crecí.

El tan ¿esperado? puesto número 1 lo tienen mis zapatillas Adidas. Las Adidas fueron un regalo de mi papá. Yo quería unas de otro modelo que en ese momento eran lo más de lo más y se veían así. Pero, como todo lo que está de moda, estaban carísimas. Padre me convenció para comprarme unas que según él "eran casi iguales", tenían líneas parecidas a los costados aunque no eran del color que yo quería. Mis Adidas boicoteadas se veían así en color gris. Hasta el día de hoy me preguntó qué le vio de similar con las otras, aunque probablemente haya sido para convencerme. Accedí a tenerlas pero al principio las usé poco porque, con mis tímidos 11 años, no veía una zapatilla sino un botín. Me sentía literalmente un varón con botines puestos. Después las acepté. Son talle 34, todavía las tengo y las uso. 

Hice limpieza porque lo necesitaba. Quizás por ser muy cuidadosa, por valorar las cosas que me regalan aunque a veces me surja el chiste de reírme por el talle. Quizás porque soy consciente de que me mantengo igual hace mucho tiempo pero, sin embargo, acumulo cosas que voy heredando. Me gusta guardar algo, o al menos valorarlo, porque entiendo que todo conlleva su esfuerzo. 

De una cosa estoy segura: conmigo "el estirón" pasó de largo.  



3 comentarios:

Julia dijo...

Casualmente el mes pasado transite una mudanza, fines del caluroso Diciembre en Rosario y un edificio de escaleras del cual bajar cajas y más cajas. Para ahorrar espacio no tuve problema en deshacerme de varios muebles, adornos y utensilios de cocina de más. Pero libros y ropa, jamás. Al igual que vos tengo la condición de no haber crecido mucho por lo que acumulo ropa desde los 12 años, y como además me gusta la ropa antigua o acepto ropa usada estamos hablando de un inventario bastante extenso, del cual no puedo despegarme, aunque use menos de la mitad de las cosas.
Soy una acumuladora compulsiva, o una nostálgica, si quiero darle una perspectiva poética.
En fin, me faltaría incorporar ese término tan trillado pero necesario de SOLTAR.
Saludos Antonella!

Andrea dijo...

Me identifico contigo en lo de no crecer, me has hecho reír mucho. Yo también soy incapaz de desprenderme de cosas que, a fin de cuentas, siempre terminan en el fondo de cajones que ni siquiera abro. Pero he acumulado tantos buenos recuerdos en papeles, prendas de ropa, fotografías, billetes de avión, entradas de cine y toda clase de objetos ridículos, que me dolería demasiado tener que despedirme también de ellos. Eso sí, a veces es necesario hacerlo.
Un abrazo, Antonella, y no te lamentes, creciste por dentro.

Andi

Mimí Narshal dijo...

Siempre es lindo leerte :)