domingo, 25 de agosto de 2013

La espera




Las baldosas perpendiculares dominan la escena y combinan tristemente con los asientos en fila que se enfrentan alrededor del pasillo, dejando ver un escenario antipático e incómodo. La máquina de café pegada al dispenser de agua. El murmullo y el silencio que chocan entre sí, y no determinan ningún equilibrio. Miradas que se esquivan, bostezos que delatan una jornada agotadora o una inevitable sensación de hastío. Un teléfono que suena casi como insolente entre tanto susurro. Es viernes por la tarde, y sin embargo, no parece haber salido el sol en este lugar. Casi me resulta paradójico el reloj colgado al lado de la ventana como contando los minutos para que la espera concluya al fin. Aquí no existe el tiempo. La luz no se estima desde este lado del mundo. Qué aspecto tan sombrío me transmite la escena desde esta posición.

Una mujer sostiene entre sus brazos un pequeño bulto de mantas por las que asoma una cabecita ingenua. Dos hombres mantienen una charla entre voces taciturnas y una señora intenta sacar de su bolso un par de papeles para presentar en la recepción. De repente, una voz grita mi nombre.

Entro y salgo. Casi me parece alucinar el momento en que pisé el consultorio y escuché mi diagnóstico. El tiempo se convierte en un andar uniforme. Veo mis pies entre las baldosas. Me cuesta respirar. Te busco. Encuentro tu abrazo. No hay por qué temer.


1 comentario:

L. Avellaneda dijo...

Abrazos que nos salvan del hastio, el tiempo detenido, y también del dolor... ¡Qué necesarios son estos abrazos!