viernes, 27 de diciembre de 2013

El diecinueve



Volver a casa implica reencontrarme con mi infancia. Casi sin querer, se cruzan en mi camino recuerdos de aquella época archivada en mi habitación que guarda intacta la esencia de lo que fui y lo que soy. Una foto y un póster tamaño gigantografía me hicieron tener 12 sumisos años y revivir la plena pubertad en desarrollo que iba de la mano de la idealización de amores imposibles, platónicos y todo el circo novelesco.

 Resulta que de chica era fanática de Boca. Ahora por cuestiones ideológicas y demases no estoy en la misma sintonía, no concuerdo con ser una enferma del fútbol ni estimular  la pelea que produce la irrebatible contienda que generan algunos hinchas. A unos cuantos les cuesta entender que la contradicción va a existir siempre. Por eso, sigo alentando a un equipo pero desde otra perspectiva. En fin, antes era chica y veía las cosas de manera frenética. Cuando sos chico todo es pasional, ardiente, impulsivo. Recibí por herencia paterna los dotes de hincha y empecé a convertirme en todo un as del fútbol. Era un Cacho. Me juntaba con los varones del colegio a debatir temas futbolísticos como si fuera una ilustrada en una mesa de intelectuales. Creo que sabía bastante. Aunque hoy estoy lejos de sentarme a charlar cual programa de Fantino. 

Cuando logré apaciguar las aguas de mi lado masculino, apareció en el entorno de jugadores de Boquita un muchacho con la camiseta número 19 que me hizo desplomar el corazón: Neri Cardozo. Era el hombre de mi vida, la figura perfecta que me complementaba en todos mis sueños (y mis realidades inventadas). Él me enfrentó con mi lado de macho para hacerme volver una mujercita y sacar a relucir mi lado de damisela perdida. Está claro que estoy exagerando, siempre exagerando; pero entiéndanme, estaba viviendo toda una revolución.

Un día fui a un entrenamiento y lo ví en persona. Mi amado Neri con su flequillo al costado y una delgadez que lo hacía casi imperceptible para el resto. Era de los jugadores suplentes, no hacía notas, lo grababan de casualidad cuando pateaba un córner y yo me desvivía por conseguir una toma de cerca mientras él jugaba.  Sinceramente no sé qué le vi, pero bueno, dicen que el amor es ciego. El mío era ciego, sordo y mudo. Le saqué no sé cuántas fotos con una cámara de las viejas que después tuve que revelar. Imaginen el álbum de fotos: divertidísimo y súper entretenido. Neri saltando, Neri corriendo, Neri estirando, Neri esquivando conitos. Una foto (la peor de todas), muestra mi cara en primer plano que vacila entre la felicidad suprema y una timidez ridícula, mientras de fondo se ve a Neri, jugando. Es en estos momentos cuando uno se enfrenta con su yo interior y no sabe qué responderle. La boludez no conoce límites.

Se fue Neri y apareció el Pato Abbondanzieri (nota: mi guitarra se llama "Roberta" en honor a su nombre), y cerré mi etapa de botinera con Rodrigo Palacio, por el cual me chanté una trencita en la cabeza. Ahora no me quejo, los dejé de lado porque los futbolistas son demasiado complicados. Ah, y porque nunca me dieron pelota.

3 comentarios:

Miss Congeniality (Temporary Insanity) ღ dijo...

Me encantó la entraaaaaaaaaaada!
Cómo lo describiste, poerque finalmente ¿quién no tuvo uno de esos amores imposibles?
Fuerza!

Miss Congeniality (Temporary Insanity) ღ dijo...

Por cierto, se viene otra entrada con más cosas/recuerdos de tu cuarto?
Eso espero :)

Anónimo dijo...

Jajaja yo tb pase por eso con mi equipo que aun es mi favorito pero bueno son chiboladas y eramos boludas jajajaja