Y así me persiguieron las horas. Los chistes malos, la risa obligada que después de ser obligada se convertía en una carcajada espontánea, los veintidós mensajes nuevos con letras consonánticas, la mañana que traspasaba las cortinas, las cuarenta y tres cuadras de distancia, los beach boys y hey there delilah.
Llegó la hora de decirme la verdad como la vez en que quedé con tus libros en un taxi y las palabras nos quedaban grandes porque el silencio era más que suficiente como testigo. Te encontré y me encontré. Y si nos perdimos, fue un gusto haberte encontrado alguna vez.