306km nos separan sin contar una seguidilla de semáforos, calles, cortadas, avenidas, transeúntes apurados sin tiempo, con relojes, con rutinas... Después de esto, si hay algo que tengo claro es que no lo tengo tan cerca como quisiera ni mucho menos.
Lo conocí allá por el año 2003 (qué raro se siente decir "allá por el año...", me siento una jubilada), íbamos al mismo colegio, el Bernasconi. Todavía tengo en la cabeza nuestras imágenes de pre-adolescentes hablando como si fuéramos conocidos de toda la vida. Con él tuve confianza desde el principio.
Yo era un Cacho futbolero que no hacía otra cosa que hablar de Boca. Él era fanático. De entrada nomás ya teníamos un tema que no era menor para tener una excusa y charlar juntos.
Creo que en los únicos momentos que sentía vergüenza estando él presente era en las horas de Natación. Tenía que usar esa gorra que te marcaba el cerebelo de una forma terrorífica; díganme a quién se le ocurrió semejante martirio, por dios. Nunca se lo dije. Nunca le dije que me daba vergüenza tener una pinta que no era la mejor mientras estaba conmigo. No sé por qué.
Pasó el tiempo. Yo me vine a Rosario hace siete años, pero eso no fue impedimento: si hay algo que no cambió es mi relación con él. O quizás sí, pero cambió en confianza, en espontaneidad, en amistad y en amor. Jamás pensé que nos mantendríamos unidos como hasta el día de hoy.
Nos contamos lo que nos pasa como si nos hubiéramos visto ayer. Nos colgamos, pasan unos días, no hablamos y cuando retomamos nuestras vidas para ponernos al tanto, seguimos teniendo esas conversaciones de confianza mutua que me dan ganas de vivirlas estando juntos en la misma ciudad.
Somos opuestos pero totalmente compatibles. Se hace el duro, el hombre insensible. Lo molesto, le saco la paciencia con mis palabritas cursis. Me hace enojar por su frialdad de heladera marca Whirlpool, pero así y todo él sabe que lo quiero para siempre.
Lulú le digo mientras me responde con esa ironía que tiene: "Es de gay Lulú".
-Uh bueno, no te digo más nada, Lucas.