martes, 4 de agosto de 2015

No basta


Si existe algo que nos encanta a las mujeres es convertirnos en celestinas, en esa especie de cupido que cautiva corazones y que se moviliza frente a los flechazos del amor fortuito. Disfrutamos la parafernalia que conlleva la ternura de una nueva pareja que se formó en nuestro entorno y, lo que es mejor... ¡gracias a nosotras! 

Así como tantas otras veces, incentivamos a la soltera del grupo diciéndole "tengo un chico para presentarte... ¡¡no sabés lo que es!!" Y para que nuestro discurso sea creíble, para que nuestra pobre amiga se ilusione mucho más, le decimos que tienen un montón de cosas en común. Cosas, como usar lentes de contacto o tener un perro salchicha, que son tan intrascendentes como que a ambos les gusten los fideos spaghetti en vez de los tirabuzón. Eso ya es suficiente para que crear un mundo de novela entre esos dos seres que ni se conocen, no saben sus nombres y ni siquiera tienen registro de la existencia del otro.

"Vos quedáte tranquila que yo le digo que te agregue al facebook así hablan"... Después de esto, la caída directo hacia el vacío mismo es casi igual de lamentable. Todo, absolutamente todo lo que pase alrededor de ambos será causa del destino que "estaba escrito". Ellos no pueden decidir si se gustan, si encuentran cosas que realmente los motiven a comenzar una relación de verdad, de esas que se eligen y que no constan de obligaciones, presiones ni compromisos arreglados. No pueden porque tienen miedo y una intimidación externa que les exige quererse. Como si el amor, el amor genuino fuera algo que se exhibe en cualquier vidriera para luego ser comprado. Como si el amor sólo valiera estar en pareja, dejando de lado todo lo que conlleva elegirse, aceptarse y respetarse. 

Hace unos años, también fui víctima de ese amor que se busca a la ligera y de esas amigas que creen que nos están dando una mano. Y no digo que no sea algo valedero: ellas de verdad piensan que nos están ayudando. Pero no sirve. Esa obligación de querer gustarle, de querer caerle bien, de querer tener cosas en común porque sino no se puede estar en pareja, es una porquería que nos vendieron de quién sabe cuántas historias. Más de una vez yo también me dejé llevar por esa tonta idea de pensar que el amor se puede arreglar, programar, forzar. No lo niego: por supuesto que hay gente que pudo conocer a su pareja a través de alguien que programó el encuentro. Pero, así como hay veces en que todo termina con un final comiendo perdices; también hay otras en las que se hace presente el desamor que exige consuelo, ese desamor que duele porque, teniendo todo planeado, no pudimos contra él.

"Es un eclipse solar", me dijo alguien una vez. Está ahí, lo veo, pero sólo noto su contorno, no sé quién ni cómo es. Me conformo simplemente con amarlo a la distancia, con idealizarlo.

El tiempo, y quizás también las experiencias, me hicieron entender que simplemente no basta. No basta con que dejemos de ser 'la soltera', con que hablemos de 'nosotros' y nos regocijemos por ser dos, no basta con fingir que somos otras para gustar, para sentirnos completas (¿completas de qué?). No basta obligar a querer cuando, en realidad, lo más importante es que las casualidades de conocer a alguien nos tomen por sorpresa y nos encuentren enamoradas ahí... cualquier día, en cualquier lugar.




-dibujo por Troche
(portroche.blogspot.com)



1 comentario:

Veinteava dijo...

Comparto tus papalabras, Anto. Definitivamente, desde este lado de las cosas, vale mucho la pena proclamar el no basta. Que no nos baste, que no baste lo superficial, lo debido, lo programado, es un gran desafío y un gran favor que nos hacemos pensando sólo en nosotros mismos.

En esta sociedad tan tendiente al rellenar espacios vacíos el asumir que no, que bien preferible es sorprenderse con lo verdadero, es algo para destacar.

¡Te mando un beso grande!