viernes, 28 de noviembre de 2014

Del amor y otros demonios


Por ahí escuché un silbato. Unos gritos de fondo que se mezclaban con esa angustia que da ponerle un punto final a algo. "Esto debe ser lo que uno siente cuando se apasiona", me dije. Estaba temblando mientras un cúmulo de lágrimas me empezaron a salir de adentro. De mi pecho, de mi alma, de mi corazón. Lloraba sin saber por qué, amando a más no poder algo que no era tangible, que sólo podía descubrirse entre dos colores que conozco desde que abrí los ojos para percibir la luz. 

Lo descubrí: estaba llorando de tristeza. De esa tristeza que otorga la desilusión, ese globo que se pincha de repente. Ahí estaba yo. Sintiéndome una idiota por llorar de esa forma. Mirando la pantalla mientras todo se nublaba por las lágrimas. Qué patético llorar por esto, pensé. Me imaginé en el podio de la gente que no encuentra motivos por qué llorar y llora por cosas inexplicables. Y no. No estaba llorando nada inexplicable. No estaba mariconeando por el resultado de un partido. Estaba emocionándome por querer así, por tener un sentimiento inmenso hacia algo que no puede comprenderse. 

Cuando era chica siempre fui una ferviente fanática del gran equipo de mis amores. Padre se encargó de regalarme esa herencia. Tenía ocho años y mi frenesí era enorme. Me sabía la formación entera, tenía la camiseta firmada, miraba todos los partidos, me enojaba, me indignaba, me emocionaba.... en fin, amaba con pasión. 

Pasó el tiempo y me aflojé. Nunca creí en esa violencia que genera el fútbol y hace que todo se tiña de un odio extremo. Parece increíble pero cuando uno ama con ganas... termina odiando con mayor avidez. Y ahí, en esos extremos, jamás me gustó estar. Acá no se convence de nada, acá se alienta. Los discursitos tontos intentando generar aversiones, los regalo. Además, creo que también sentí esa exclusión por la que casi irremediablemente (y es triste que sea así) pasan las mujeres. "Vos sos minita, salí de acá. No podés opinar". Por suerte, en mi casa las puertas siempre estuvieron abiertas para escucharme preguntar por un off-side.

No pensé nunca escribir sobre esto. Más que nada porque la pasión es algo tan inexplicable que intentar ponerlo en palabras, para alguien que no lo siente, es un acto frustrante. Sería en vano intentar llegar lejos. Yo amo. Amo un sentimiento que no tiene razón pero que es inmenso. Amo esto que me pasa cuando veo entrar a mi equipo a la cancha, y las banderas bailan y la gente canta emocionada, grita, palpita, tiembla, late. Amo un legado, una tradición, un sentimiento que tengo desde que nací. Grito un gol y me abrazo con mi papá. Y a él le debo esto. Gracias por hacerme hincha del más grande para mí. 

Para mí, sólo para mí. Porque para el hincha de Nueva Chicago, de Huracán, de Racing, de River... su equipo siempre va a ser el más grande. Y a mí eso poco me importa. 

Hoy estoy triste pero emocionada. Me quedo con las ganas del triunfo pero nada puede hacerse más que saber aceptar la derrota, bancarse las cargadas y todo lo que viene después. Al amor no me lo saca nadie. Creo que esto tiene de apasionante querer algo con tanto ímpetu: el sentimiento crece, aumenta, se infla tanto como esa ilusión que tenía antes de comenzar. Y me gusta que sea así porque los malos tragos existen... pero las revanchas también. 


2 comentarios:

Flaca dijo...

Genial! Se me puso la piel de pollo... Porque yo también escribo, y soy mujer.. y futbolera!! También me quedé triste ayer después del partido, y también amo eso tan intangible y delegado por la familia, que sólo se puede llamar Pasión.
Abrazo!

Mica dijo...

Apasionarnos por esas cosas que nos da la vida y que eso le de pizca de alegría a nuestros días, seguramente la próxima será! Besos Anto.