jueves, 17 de julio de 2014

Ayudar a nacer



Hay tantas escalas de grises como infinitos estados de ánimo. Esa paleta de colores sin colores convierte a las palabras en sólidas mordazas que lastiman; a la violencia la lleva a engendrar más violencia; al optimista lo funde en pura energía negativa que lo transforma en un pesimista con ánimos poco resueltos a arrepentirse. En definitiva, lo que me está pasando es que no puedo camuflar la sensación que me produce la falta de respeto, la agresividad, la bronca canalizada en los demás.

Será que mi sensibilidad no se acostumbra a todo lo que lamentablemente ya es considerado como "normal". No hablo sólo de la agresión que se vive en las calles, sino también de esos maltratos que se ven a diario en una crédula conversación, en las redes sociales o, incluso, en cualquier simple encuentro cara a cara; mutando todo hacia un estadio de tensión, de disputa y hasta de imposición de ideas sobre otras. Es tan avasallante y contagioso que la realidad se contamina hasta llegar al egoísmo y a una apatía propensa a crecer. El otro no nos interesa; su opinión, menos. Vivimos encapsulados en nuestro ego, creyéndonos ombligos de quién sabe qué. 

Dentro de todo este pronóstico que diagnostica nubosidad en aumento, pensé que sólo la valentía de atreverse a cuidar y proteger a alguien es lo que seguramente hace cambiar, al menos un poquito, nuestra visión. La idea de traer algo nuevo a este mundo es lo que hace que irremediablemente ese lugar tenga que verse de otra manera. El hecho de ser madre o padre debe ser algo tan maravilloso para muchos que, por no tener una experiencia propia, sólo puedo intuirlo por las palabras cargadas de amor que veo en personas de mi entorno que tienen la gracia de vivirlo.

Uno de mis tíos fue papá hace unos meses y juro que jamás lo sentí tan extasiado y abstraído con algo como con su pequeña Francina. Una amiga eterna de la infancia, Evelyn, es mamá hace unos años y está enamorada de su hijo aún antes de verle la carita. 

Un caso especial que quiero contar es el de una amiga a la distancia que espera la llegada de su primogénita con tantas ansias que contagia sus anhelos de madre primeriza. Cuenta las semanas de embarazo, pone fotos de su hermosa panza, diseña la habitación de la beba con una dedicación inmensa. En definitiva, lo que hace es llenar de amor cada rincón que la rodea para recibir a Matilda como se merece. La pequeña hace retrasar la bienvenida que quiero darle a más de 3000km de distancia.

Sin ir más lejos, Padre todavía conserva una calidez única en su interior porque no se cansa de hacer tangibles los recuerdos que tiene de sus hijas andando en pañales. "Qué grande que estás, negri", dice cuando se emociona. Vuelve al pasado siempre que puede. Pero en especial, a nuestro pasado: el de hijas recién nacidas.

Todo esto es una gran hipótesis cargada de preguntas. No sé realmente lo que se siente ser completamente responsable de alguien tan frágil e inocente; no sé lo que se siente enseñarle de a poco a pisar este suelo, a que crea en sus convicciones y valores, o a que sea valiente cuando haga falta. Pero imagino que, para un padre, el hecho de saber que existe es un motivo para que el mundo sea visto con otros ojos.

Esto que propongo no tiene que ver únicamente con la meta de formar una familia. La idea de "ayudar a nacer" se relaciona con hacer germinar algo nuevo y que eso crezca cada vez más. Porque en definitiva, lo importante es aquello que dejamos; esa posibilidad de contagiar luz. Algo tan inmenso como el amor de los hijos.