domingo, 10 de noviembre de 2013

El libro de Patricio



Hay historias que se borran de nuestra cabeza como si hubiéramos decidido apretar el botón de DELETE. Quizás por su insignificancia, quizás porque simplemente recordarlo es un acto tan trivial como una mañana de cualquier día, de cualquier año, de cualquier mes. Los borramos hasta que algo, un engendro devenido de la tecnología y la modernidad aparece desde las penumbras para atacar nuestra mente y hacernos recordar... 

Desgraciadamente, para nosotros, los posmodernos, las redes sociales se toman el laburo de invocar publicaciones con aquellos recuerdos tan lindos y olvidados, haciendo tangibles los errores que cometimos y que creíamos que habían sido sueños (o pesadillas). 

De repente, la historia de un tal Patricio (porque me encanta hacerme la misteriosa) y su libro (bah, MI libro), aparece desde el más allá, concretamente en una foto en donde fue etiquetado jugando al fútbol como tanto otros salames que piensan que son unos winners bárbaros con la pelota en los pies. 

Resulta que a este Patricio lo conocí de casualidad por amigos en común, la típica. Quedé básicamente embobada con un bobo. Mientras él jugaba al fútbol y se hacía el langa, yo pretendía impregnarlo del amor por la literatura, mientras le prestaba algún que otro libro, él se habrá reído más de una vez por lo inocente de mi propuesta. Me imagino cual loca psicótica, admirada no sé de qué, encandilada no se por qué. Enamorada como una boluda. No quiero ni saber si alcanzó a leer un renglón, si por alguna casualidad de la vida y de la alineación de los astros, le dieron ganas de abrir el prólogo al menos, o de leer la dedicatoria... ALGO. Mi error fue querer cambiar aquello que no estaba en sus raíces sentimentales, emocionales, racionales, ideológicas, culturales y muchos etcéteras más. Algo tan simple como leer se convierte en un martirio para los machos de hoy en día. Él era del fútbol y de los amigos, no pidamos canciones, ni poesías, ni esas cosas melosas en las que muchas mujeres caen como  borracho en rehabilitación.

El dilema de mi existencia humana es que nos peleamos antes de que me devolviera un libro de cuentos de Isabel Allende. Lo crucé un par de veces pero nunca se lo pedí porque eso implicaba volverlo a ver para que me lo devolviera. Después de dos, tres años, puedo decir con determinación que sin duda me dolió más perder uno de mis libros favoritos, antes que pelearme con él. Cada vez que me encuentro con la portada de mi reliquia en alguna librería me agarran ataques de bronca crónica de sólo pensar que mi libro puede estar empolvado en algún estante o en el tacho de basura.

Fue en ese momento de encuentro con la foto de Patito a través del facebook, que me acordé del maldito día en que decidí prestarle el libro. A veces no está tan bueno compartir... te podés quedar sin el pan, sin la torta y sin el libro.




3 comentarios:

Un punk ignorante dijo...

Muy bueno miss

Saludos

Mica dijo...

ya con el nombre venimos mal, Patricio jajaja Dicen que nunca tenes que prestar un libro, que bronca anto, pequeñas cosas que nos sirven para aprender, por un mundo sin vendas en los ojos por una cara bonita! un beso, mucha luz!

Anónimo dijo...

Nota mental: No prestar libros.
Buena historia. Que mala suerte che!
Siempre se aprende algo nuevo, lo voy a tener cuenta.
Éxitos, Anto!