martes, 23 de octubre de 2012

Alimenta tus fantasías, no tus vanidades, nena



La picardía del enaltecimiento siempre fue tarea fácil para mí. Jamás dudé en encontrarle virtudes a las personas que conocí. Si bien el peso de lo negativo a veces suele nublarnos la visión del bonito paisaje, el lado incandescente me seduce aún más. Quizás un poco idealista, sí... ¿Un poco? Lo admito: soy una idealista que vive en la luna y a la que la realidad suele ponerle en guardia con frecuencia.

En esta disyuntiva de idealismo/realismo me sumergí anoche. Quiero aclarar que vengo de una seguidilla de madrugadas sin dormir, con insomnio y cansancio acumulado debido a una cabeza que carbura a mil por hora. Calavera no chilla: lo bueno de la vigilia es que da lugar a la imaginación y a la reflexión. En los idealistas expertos, la reflexión y el análisis de las preocupaciones no es más que una salida de escape, una especie de terapia mecánica de palabras pensadas mientras acomodamos la almohada. El resultado puede variar (incluso siempre varía), pero las conclusiones pensadas con anterioridad suelen ser siempre las mismas.

Dentro de una tela de éxtasis pleno solía colocar a las personas que me gustaban. Les encontraba virtudes hasta donde no tenían y los elevaba casi a un plano superior. Llegué a convencerme de que la frialdad era algo pasajero, que ese otro iba a cambiar, que el no querer algo en serio era parte de un efímero y transitorio camino del cual iba a retractarse más adelante. Mis ilusiones pasaron a ser  como un globo que se desinfla de a poquito, perdiendo el aire. Quizás el dolor hubiera sido menor si el globo se pinchaba en seco, si el globo era uno de esos que se apuñalan bien rápido evitando la agonía. 

Mi problema está en la dificultad de ver que aquellos parámetros que nos ligan a la sinceridad, sólo pueden nacer de la persona como una elección propia e individual. Aquí se pone en juego la voluntad del otro: aquello que no se pide, que simplemente se da. Algo así como un regalo. El obsequio deja de serlo en la medida en que no nace de una voluntad propia, en la medida en que pasa a ser una obligación.

El regalo de cumpleaños, por ejemplo, suele convertirse en un ritual, un acto casi de deber impuesto por la sociedad y el quédirán. Si bien hay muchos que aprovechan la celebración de un cumpleaños para demostrar mediante un presente el cariño y el afecto hacia la otra persona, hay otros que ni siquiera saben qué es lo que verdaderamente atrae al agasajado. Por eso encuentro un sabor especial en los regalos sorpresa, en los que no saben de fechas ni días especiales, ni aniversarios, ni cumplemeses. 

Esta dinámica del regalo es la que busco implementar en mis relaciones: siempre con anhelos, intenciones y deseos libres. La voluntad individual es la que nos gobierna y la que me gusta que me tome por sorpresa, aún siendo consciente de que voy a seguir alimentando mis fantasías.

4 comentarios:

Milu dijo...

''¿Un poco? Lo admito: soy una idealista que vive en la luna y a la que la realidad suele ponerle en guardia con frecuencia.'' Jajaja me gustó el texto :3

Un punk ignorante dijo...

Los regalos muchas veces es la forma de materializar el cariño. Otras son una simple obligación que no vale nada.

Mica dijo...

Entre y me encontre con algunos cambios hasta en el nombre del blog! A veces los cambios son necesarios, y me gusta mucho!
regalamos constantemente nos regalan constantemente no siempre cosas buenas, mas que un acontecimiento hemos sido invitados a una ocacion, la vida.. disfruta los regalos bonitos y aprovecha los malos para crecer. besos linda! y mucha luz! te espero en mi blog

Fiorela. dijo...

Que lindo blog