martes, 24 de abril de 2012

El doble de lo que te pida dale por sus favores

La espera palpitante del reencuentro. Los mensajes resumidos y las palabras que se quedan chicas, bien chicas. La sonrisa a lo *felizcumpleaños* que me saca cuando la tengo cerca, cuando la siento conmigo aunque no esté presente.

De las muchas cosas que no cambiaría en mi vida, sin duda una de ellas sería el abrazo de mi mamá. Ese abrazo cálido, sincero, que está lleno de meriendas con mate, de miradas cómplices que solo nosotras entendemos y de su aroma a cremas y maquillajes.

Fanática de las cosas en su lugar, limpia, ordenada. ¡A Dios gracias por haber heredado sus manías! Viciada de los sahumerios, de los hornitos con esencia de vainilla, de la prolijidad... Tengo una madre a todo terreno.

Y escucho esa risita de nervios y timidez que suelta aunque estemos las dos solas. Ahí es cuando me doy cuenta de que el tiempo que paso con ella es pura calidez. La cantidad no importa. ¿Nos bajamos uno, dos, tres termos de mate? ¿Alguna taza de té? ¿Café con leche? Infusiones que están demás: Acá lo importante es el contacto directo, la charla, la palabra, las carcajadas madre-hija... Sé que es un tiempo inagotable.

Mujer sencilla, a veces un poco solitaria, madre coqueta y bella. Bonita de espíritu, terca y cabeza dura, aunque perseverante hasta la médula. Se ríe y me contagia. Me abraza. Y me mira. Me pregunta cuándo voy a volver. "Mirá que yo te extraño, chinita..."

Será por eso que la amo para siempre...

Gracias, Má






2 comentarios:

Laura dijo...

Amor madre-hija. No hay nada más hermoso. *-* Precioso lo que has escrito, de veras. Debe de estar muy orgullosa de ti.
Besoos!

Emiliana dijo...

Soy muy sensible, sí, llore con estas palabras.
Beso enorme Anto